Mariana me enseñó la imposibilidad del verde. En la pintura es un crucigrama infinito, devastante, interminable. Signos imposibles de la realidad. Miren un árbol, un arbusto, una planta silvestre con su blanca pelusa brillando al sol, la blanca pelusa de espinas de todas las plantas silvestres brillando al sol. Nada es cierto, no puede existir. El verde es imposible, como la vida eterna. Habría que creer, y Dios mismo se esconde, entre los matices del verde, entre amarillos y rojos y naranjas oxidados de luces palpitantes.

La vida eterna es verde.

Atardece en la ventana de mi edificio. Todo es un truco, como en pintura. La literatura es verde, la realidad es verde, sólo para interpretarla y nada más. Nada, nada es. Nada es.

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La literatura debe ser implacable. No hay nada más. Ojo, ojo, pequeño entusiasta: ser implacable tampoco lo es todo, aunque no sea nada más. Nada existe perfecto, y aun así, todo debe ser implacable. Chejov, Ford, Bellow, Tolstoi. Debemos ser implacables. Debemos morir siendo implacables, no tengo yo nada más, aquí, en mis trémulas manos. Mis temblorosas piedades, mi interpretación incorrecta, mi triste ecuación. Ser implacable, luego ser olvidado. Luego la muerte: incorruptible, invendible, incomparable.

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Porque nadie nos recordará. Ahora, y en la hora de nuestra muerte. Amen.

Comentarios

Octopus Queque dijo…
La vie est belle
Un peu moins belle que vue du ciel, vue d'ici
La lune est claire
Et aussi loin que soit la mer, je la suis
J'ai perdu la mémoire
Ma vie défile
Dans la presqu'île
Je finirai tôt ou tard


Keren Ann.

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(})

Tu sais.

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