Algunas cosas:

Odio el INTERNET (es una etapa) y odio mi blog. Harto estoy de esta pérdida de tiempo. Dejo, primero, un post del blog de Mauricio Salvador, llamado The art of fiction. Un texto que considero fundamental, en la significación completa de la palabra. Dejo, despues, un poema de Cernúda. Ambos sirven para identificarme a mi mismo, reconocerme y no perderme entre toda la mierda. La vida es horrible, es harto complicada: odio el blog. Muerete. Odio postear y cualquier otra clase de compromiso via red. Por el culo a todos, me voy a leer a V. S. Naipaul.

***

Pequeño Post

La primera vez que leí Famas y Cronopios, de Julio Cortázar, me pasé un buen rato pataleando, emocionado hasta las lágrimas y de verdad que no aguantaba las ganas de ir a la casa de mi mejor amigo y decirle:

-Tienes que leer esto.

Digo la primera vez pero no estoy seguro de haber acabado el libro ni de haberlo vuelto a leer; después, o antes, leí Rayuela, un gran libro que marcó a buena parte de mis compañeros estudiantes de letras. En Rayuela, el narrador muestra a los amigos del Club de la Serpiente como seres caóticos pero poéticos, gente que no se preocupa por las menundencias de la vida burguesa o por apretar el tibo del dentrífico desde abajo o por ser ordenados y cumplidos con la ley. Como adolescentes, presos de una innata propensión a esquematizarlo casi todo, uno terminaba identificándose con los personajes del Club de la Serpiente, con Oliveira, con La Maga, con Ronald, hasta con Rocamadour, y asistía a reuniones donde además de una copia de Rayuela había un tipo interpretando canciones de Silvio Rodríguez mientras la cerveza iba y venía de un vaso a otro. En mis reuniones Cerveza Sol, que de todas maneras nos emborrachaba. Fui a muchas de esas fiestas, bebí mucha cerveza, intenté cantar alguna canción de Silvio Rodríguez y en algún momento tomé la copia de Rayuela y dije, a voz en grito:

-¡Hey, hey, silencio! Escuchen: Toco tu boca...

Y si yo no lo hice seguramente alguien más lo hizo porque eso era lo que hacíamos en dichas reuniones, leíamos en voz alta y cantábamos canciones de Silvio Rodríguez y de otros más. Aunque, debo decir, mi mala memoria me impidió aprenderme una sola de sus canciones.

El problema es que esa propensión a esquematizar (que tanto nos servía para hablar mal de la otra gente) era un arma de dos filos. Cierto que podías identificarte con los personajes de Rayuela, sentir que ese mundo de bohemia, literatura y jazz era el mundo al que aspirabas; pero por otro lado te volvías también un esquema tú mismo.

¿Y por cuánto tiempo más ibas a leer la literatura como un espejo de tus más tiernas proyecciones? ¿Qué eras tú? ¿Un caótico y artístico cronopio? ¿Un esperanza? ¿Un fama? Podía suceder todo lo contrario y encontrase uno con la incómoda sensación de parecerse más a un mediano esperanza o a un estúpido fama o ser el tipo de persona que aprieta el tubo del dentrífico desde abajo. ¿Qué te negaba una identificación así? Era terrible. Al fin y al cabo hubo un momento en que te sentiste uno de los chicos cool, que leía libros y escuchaba música y asistía a reuniones donde la gente que fumaba mota y cantaba canciones de Silvio Rodríguez también leía libros y sentía un amor desmedido por el jazz. No eras como tus compañeros de la preparatoria, carentes de espíritu poético, abogados, contadores o políticos en ciernes. ¿Puede haber algo más antipoético que un estudiante que en vez de llevar Rayuela en la mochila, lleva el grueso tomo de Margadán? ¿Algo más antipoético que un funcionario de quinta?

Cuando en mi caso me di ligera cuenta de esta situación (es decir, cuando dejé de considerarme un ser poético y caótico –al que todos decían: qué loco-) comencé a comprender que la poesía puede estar incluso del otro lado de la cancha, entre la gente más antipoética del mundo. Hay un libro que siempre me recuerda esto: Foco, de Arthur Miller. Y bueno, esos personajes nos emocionan a través de Pushkin, de Gógol, de Dostoyevsky, esos pequeños funcionarios de quinta, tímidos y superfluos donde los maestros rusos vieron el otro tipo de poesía, la que no podemos ver porque nuestro ensimismamiento nos lo impide.

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En una u otra cena, a veces me encuentro con gente que por equis circunstancia me recomienda libros como ¿Quién se ha llevado mi queso? o Tus zonas erróneas o cualquier otro libro de autoayuda. Y siempre que me lo recomiendan en serio que me dan ganas de leerlo, y creo que lo haría sino fuera por la fila de libros que no he leído y que también quiero leer.

Me dicen:

-Léelo, no te vas a arrepentir.

Pero del otro lado de la mesa están también quienes fruncen ligeramente el ceño ante la más leve mención de ¿Quién se ha llevado mi queso? o Tus zonas erróneas. Me dicen:

-Hey, no aprendí francés y leí À la recherche du temps perdu para que me vengas con esto.

¿Y qué hacer? Por un lado tengo a mi bien educado amigo que lee a Proust y pronuncia corréctamente el francés (de hecho, se la ha pasado toda la noche hablándome de Víctor Hugo y de Baudelaire), y por el otro tengo a mi buen amigo que mientras me pasa la sal y la pimienta me recomienda ¿Quién se ha llevado mi queso?

Esta situación es peligrosamente parecida a la de mis amigos que (usando una de esas locuciones pícaras de la vida airada) tienen a Anagrama como la última coca-cola del estadio. Ellos están sentados en frente, adueñándose de la ensalada y me dicen que debo leer el último libro de Auster, o el último de Amélie Nothomb, o me hablan de un nuevo escritor que debe leerse porque han publicado su libro en Panorama de Narrativas Hispánicas de la editorial de Herralde.

-Es un estilista –me dicen-. Comenzó escribiendo poesía pero la dejó. Ahora escribe narrativa, aunque la poesía está presente en cada una de sus páginas. Y es muy joven.

Quizá es un diálogo exagerado, pero es como si efectivamente me dijeran eso.

Por un prejuicio tiendo a pensar que mis amigos que compran libros de Anagrama y leen a Proust poseen más libertad estética que mi joven amigo que, a la derecha, me recomienda ¿Quién se ha llevado mi queso? Porque bueno, son ellos los que por una u otra razón aspiran leer buena literatura, a ver la vida con otros ojos, a diferencia de mi amigo de la derecha que se emociona con muy poco. Pienso que aquellos tienen razón, que probablemente leen mejores libros que mi amigo de la derecha, pero difícilmente puedo decir que estoy de acuerdo con ellos.

Las modas y las recomendaciones literarias pueden ser eventos totalmente impredecibles (¿quién sabe cómo se hace un best-seller?) pero eso no quiere decir que no haya gente allá arriba jalando algunos hilos, ofreciéndonos las pistas que nos quieren ofrecer para que elijamos nuestro ‘propio camino’. Porque los lectores, queridos lectores, se hacen a sí mismos pese a que en ocasiones nos moldeemos algo mal.

Pensemos en nuestro amigo que orgulloso nos muestra sus libreros con sus libros alfaguara (todos los premios ordenados por fecha), y sus libreros con libros anagrama y otro, más pequeño, con sus ediciones salamandra, destino, etc. El bueno de Herralde hace años que le ofreció a Carver y a Ford, por lo que hoy es fan de uno u otro. ¿Pero qué pasa con Tobias Wolff o Richard Coover? Bad. Herralde nos hace un gran favor –así como todas las otras editoriales-, pero también cierran nuestros horizontes y nuestras ganas de aventurarnos al segurarnos –por esa extraña sensación de status- que ellos nos van a ofrecer siempre y a cada momento lo que vale la pena leer, lo que se debe leer. Hoy día, por ejemplo, basta que publiquen a un autor joven en Anagrama para que su libro sea un must en perjuicio de cualquier mínimo sentido crítico, porque las alabanzas y las críticas (inconscientemente, imagino) cambian ligeramente su eje de rotación y creen ver algo más de lo que verdaderamente hay. A estos libros la crítica los ve como productos de un escritor bien hecho, maduro, en vez de tranquilizar al mundo y verlo como el libro de un escritor en proceso de maduración. Nadie ha reflexionado sobre la necesidad de muchos escritores jóvenes de comenzar con libros que emulen una voz de tono más establecido, en vez de confiar en sí mismo y asumir las faltas como parte de su propio proceso de maduración. Y en mi humilde opinión -los reseñistas profesionales dirán que estoy loco- es esto lo que vuelve a los nuevos narradores de anagrama aburridos como una ostra.

-Debes leerlo.
-¿Perdón?
-Debes leer ese libro. Fue finalista y ...
-Bla bla bla.

Así que me pregunto: ¿Cómo actúa un lector libre? ¿Qué hace? ¿Tienes que leer a Paul Auster porque dos tipos te dicen que lo haga? ¿Porque te dicen que su hija. Sophie, es guapa? ¿O tienes que leer a Proust porque otro tipo te dice que lo hagas? ¿Y debes leer al último narrador sólo porque todos lo hacen? ¿O leer Quién se ha llevado mi queso? ¿Por qué no? ¿Por qué no leer Quién se ha llevado mi queso? Nadie sabe lo que uno podría encontrar en ese libro, lo que uno podría reflexionar acerca de ese libro.
Porque déjenme decir, conozco amigos que han leído a Proust, a Auster, y a todo aquel que ha ganado un premio, y aún así siguen viviendo con sus madres, y es posible (no lo aseguro) que una u otra vez hayan tenido sexo con sus madres. Grrrr.


****

LIMBO

A Octavio Paz

La plaza sola (gris el aire,
negros los árboles, la tierra
manchada por la nieve),
parecía, no realidad, mas copia
triste sin realidad. Entonces,
ante el umbral, dijiste:
viviendo aquí serías
fantasma de ti mismo.

Inhóspita en su adorno
parsimonioso, porcelanas, bronces,
muebles chinos, la casa
oscura toda era,
pálidas sus ventanas sobre el río,
y el color se escondía
en un retablo español, en un lienzo
francés, su brío amedrentado.

Entre aquellos despojos,
proyecto, el dueño estaba
sentado junto a su retrato
por artista a la moda en años idos,
imagen fatua y fácil
del dilettante, divertido entonces
comprando lo que una fe creara
en otro tiempo y otra tierra.

Allí con sus iguales,
damas imperativas bajo sus afeites,
caballeros seguros de sí mismos,
rito social cumplía,
y entre el diálogo moroso,
tú oyendo alguien me dijo: "Me ofrecieron
la primera edición de un poeta raro,
y la he comprado", tu emoción callaste.

Así, pensabas, el poeta
vive para esto, para esto
noches y días amargos, sin ayuda
de nadie, en la contienda
adonde, como el fénix, muere y nace,
para que años después, siglos
después, obtenga al fin el displicente
favor de un grande en este mundo.

Su vida ya puede excusarse,
porque ha muerto del todo;
su trabajo ahora cuenta,
domesticado para el mundo de ellos,
como otro objeto vano,
otro ornamento inútil;
y tú cobarde, mudo
te despediste ahí, como el que asiente,
más allá de la muerte, a la injusticia.

Mejor la destrucción, el fuego.



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El plus es un enlace a "El retorno de los charlatanes", pura neta sin pelos en la lengua, sobre mayas, terremotos y elecciones fraudulentas: no tiene pierde.

Comentarios

Mariana Orantes dijo…
¿Qué pasó cariño? ¿estás bien mi bichito?, ayer que te dejé en tacubaya estabas feliz! ayer que me hablaste para darme las buenas noches... estabas feliz!... y ahora resulta que la vida es horrible y complicada? que pasa?... =S

cuando haces eso me preocupas y me pones triste, en serio. Te quiero mucho, te adoro... =(

U_U
carlos dijo…
la rola esa de molotov

SE VA A ACABAR
EL MUNDO SE VA A ACABAR!!!
SI UN DIA ME HAZ DE QUERER
TE DEBES DE APRESURAR!!!!!!
carlos dijo…
te debes apresurar,

sin el "debe de". mierda.
carlos dijo…
o con el "de"?. chale.
moria dijo…
Calma, calma... no pasa nada.
Relajate, si el mundo es una mierda, bien! no importa, lo unico que hay que hacer (si quieres, no es un DEBE DE) es buscar tu "safe place", mi cielo y el tuyo te lo cuido yo... y sabes exactamente dónde lo tengo ;)

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