Confesión
Eustaquio, doctor de la
Iglesia
"Si el Verbo fue creado,
¿cómo es que Dios que lo ha creado no podía crear
el mundo?
Si el mundo no ha sido creado por el Verbo,
¿por qué no podía haber sido creado por Dios?”
Un
concilio tras otro, una carta tras otra, la batalla en la mente, presta siempre
la pluma. Discutir una sentencia, la coma, el punto, la declinación correcta de
cada término y frase. La diferencia pequeña y mortal entre hijo primogénito e
hijo unigénito. ¿Cuántas raíces no fueron cortadas antes de florecer sus arbustos
de discordia? Entonces todo aquello era importante, el alma de los hombres
estaba en juego. ¿Cuántos no habían perecido en la condenación, inducidos al
error por aquellos diminutos deslices? ¿Qué vale más, el alma inmortal o el
texto claro y conciso explicado a la luz natural de la conciencia? Igualamos
los términos. Nos jugamos la exactitud en concilios, sometimos a votación las
verdades eternas. Y al final el campesino, el plebeyo, la grey asustada, ¿qué
debía de creer? ¿Cuánto de poder y malicia no hubo en las decisiones tomadas?
Las aves siguen cantando, el sol que
alumbró a los profetas alumbra los obispos, los manzanos aún dan manzanas sin
importar qué alas oscuras atemorizan la tierra. No era mejor lo que creían
nuestros padres, y los padres de sus padres. Ríos de tinta y pergamino. Pero
también sangre derramada en busca de la perfección y del orden. La razón
absoluta nos llevó a la contradicción y entonces la llamamos Misterio. He
escuchado que ahora le dicen “la religión de los filósofos”.
Confesión
1.
Sí recuerdo los pecados de la infancia:
robar a los abuelos la moneda para
el templo
gastar el dinero en libros sucios
y mentir desde entonces al vecino
devoto
avergonzado yo de ser un incrédulo
que fingía rezar en las santas
cenas de sus padres.
2.
Y aún después robé cuanto podía
y a otros conmigo incité a ello.
Y aún más a los abuelos mientras
conservaron vida
para beber y comer con los amigos.
A la luz del vino y de pálidos
sexos
amanecí cantando dulces blasfemias.
3.
Me volví al oriente ,dejé el estudio
no por primera ni por última vez.
Azotado de noche por la sombra de
la muerte,
en múltiples brazos de mujeres y
deidades
creí entender el bien y el mal
por incienso y amor trasfigurados.
4.
De enfermedades y accidente murieron los amigos,
me traicionaron los amores con los
puercos del establo,
y más que la tristeza de la pérdida
amé la tristeza por sí misma.
El llanto, la furia, odiosas eran de pronto
las cosas que anteriormente eran amables.
5.
Pero la verdad no es elocuente,
en las formas más sencillas forma
adopta.
Sin centro y sin mesura,
a través de la derrota abre un camino.
No en Damasco, no la luz radiante del Divino Rostro
sino un murmullo que como a aquel otro incrédulo
le susurra: toma y lee.
6.
Los hombres sufren y se
arrastran, cierto.
Vi la hambruna arrasar ciudades
y ejércitos de bárbaros que frente
a iglesias y senados
por unas bolsas de monedas
–como aquellas que robaba a mis
abuelos-
midieron con sangre su parcela en
la historia.
7.
Entonces la verdad, ¿en dónde estaba?
No en el Libro, no en la idea, ni
en la boca de los santos.
No en los niños y las flores, ni en
los árboles y pájaros
que de alguna manera eran divinos y
eran nada.
En todo aquello la noche y lo
imposible habitan
como dentro de una semilla funesta.
8.
Y tras tomar y leer y agotar los textos
y escuchar sin fin de historias de
exitosos hombres
cuya verdad manaba de sus gestos
como ríos,
yo sólo pude encontrar estas
palabras:
ni del sabio ni
del necio habrá memoria para siempre
y tanto morirá el sabio como el necio.
9.
Dejé pues la retórica, me bauticé en un sucio río,
busqué verdad y vida como un perro
hambriento,
ensalcé implacable en sínodos y
concilios
las rebuscadas teorías de mis
padrinos;
crucificado en discursos y agudezas,
en ciega obediencia,
en desesperada humildad, mitad
sabio y mitad necio.
10. Olí y enaltecí la mirra más
barata buscando vida eterna,
toqué llagas de leprosos y vestidos
de enfermas señoritas.
Lo que vi ya no es noticia,
ni el gusto metálico del ayuno
prolongado,
ni el silencio de los eremitas y el
cántico en la misa de adiestrados niños.
Sólo aquí está la memoria antes de
perderse
11. ¿Y cómo no habrá de
perderse?
Si el mundo es o no creado
lo dejo de nuevo quienes saben.
Pero el tiempo asesino es un
caballo ardiente,
un carruaje dorado,
un arado de hierro.
12. Ésta es la verdad que
siempre supe,
éste el testamento que yo dejo.
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