Marco teórico para odiar los aeropuertos y las centrales de autobús



Debió ser en Panamá
mientras miraba por la ventana
adolorido físicamente por los meses de destrucción psíquica
a los que monásticamente me había sometido

Debió ser en Panamá llorando tembloroso
con los precios en dólares exhibiéndose en todas las vitrinas
y mil dólares escondidos en la maleta junto a mil millones de bolívares
mientras pensaba que yo nunca sería normal
ni tendría hijos
ni dormiría de noche
ni tendría para cenar
mientras pensaba en los niños de diciembre
ejecutando la danza de mis huesos

Tantas reglas por tan poca cosa me dije:
pensar la apariencia el peso la vestimenta los papeles
y para el agente de migración más vale un chocolate
y una sonrisa muy honesta y muy abierta
dulce agradecida
-el agente de migración es por un minuto o doce horas
a quien más amas y más temes-

Y pensar que día con día luchamos me dije:
contra los padres amigos y jefes
para que no controlen nuestra apariencia peso vestimenta
y papeles
papeles en donde se inscribe nuestro nombre nuestro género
la fecha inamovible y aburrida del cumpleaños
único dato al que el Estado ya no permite que renunciemos
último grillete sólo anulado –a medias- por la muerte

Tantas reglas por tan poca cosa me dije:
atravesar países que no existen
comprar libre de impuestos
estar en un lugar para aparecer en otro
cambiar de acento idioma probar nuevos platillos
huir de una o dos persecuciones alguna guerra la muerte de toda tu familia
tal vez solo el dolor de ver una nación devastada
y por el privilegio acomodado –higiénico- de nuestras despedidas llorosas

debió ser en Panamá donde aprendí a odiar los aeropuertos
con rabia anarquista y pasión fracasada
pero en eso entonces yo no sabía que estaba enfermo
ni que algún día iba a conocerte

*

Me he aburguesado debo admitirlo:
aunque sigo sin creer en la necesaria violencia del Estado
siempre que puedo guardo chocolates para regalar
y cuido mis papeles
y pienso en mi peso
y mi apariencia
y observo los cumpleaños
y las muertes

Hoy en día acumulo
uno tras otro
-como los viejos avaros de las novelas de Dickens-

el privilegio dorado de las despedidas





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