Himno del pastor - Cinco

 

 

 

Supongamos que la mirada es también una mentira.

Los temas, la experiencia, el lugar de enunciación,

son solo el lente por dónde se proyecta (se pronuncia)

el poema.

Los hilos que uno a uno construyen la trama

están de alguna manera lejos del tapiz que han colgado

reyezuelos y empresarios en sus galerías.

 

Una especie de lenguaje construimos

con recortes de algún otro lenguaje,

un fuego que se aviva al presentarle esta ceniza.

 

Supongamos que el poema es solo

una forma de comprensión del texto,

un desconcertante modo discursivo,

un palafrén, ay, caballito de batalla

de nuestras uñas y dientes expresivas.

 

La existencia del poema es la sola justificación de su existencia.

Nada más tiene que hacer ante el abismo.

No salvarnos ciertamente,

no hablar con las voces de los muertos,

no escuchar siquiera el lamento de los vivos.

Ni la risa, si es el caso:

nada entre las páginas nos dará justicia.

 

Suponer: considerar que algo es cierto,

calcular una cosa a partir de otra.

Digo poema y el mar no ha hervido.

Digo justicia y las casas de los pueblos

permanecen en su ruina.

 

Pero si hundo las manos en la tierra,

¿no se manchan de lodo las manos?

Y si canto a las manos,

¿quedan más sucias o más limpias?

 

Digo poema y aparece el poema:

botarate, manirroto, resplandeciente de armadura

y espada.

Digo sed y brota el agua en el poema.

Digo piedra, viña, pan, promesa.

 

Digo vanidad y se reconstruyen las naciones

y los muertos se levantan

en el poema.

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